10.6.04

Si amigos, he sido lobotomizado. Siempre le dije a mi abuela que esa costumbre de no preguntar antes de abrir la puerta un día nos iba a dar un disgusto. "Qué ya no estamos en el pueblo yaya", le digo. Por lo menos, allí la cortinilla stándar de macarrones de colores puede enganchar a los maleantes que tratan de franquear la entrada.
Así que raro es el día que no recibimos visitas inesperadas de vendedores de aspiradoras, testigos de Jehová, el Niño del Remedio, o alguna ONG de ayuda a los subnormales.
No hace mucho que se presentó en casa el afilador. Ni siquiera nos avisó con ese reclamo de harmónica del todo a 100. La pobre mujer, casi por compromiso, le dio un par de utensilios que al rato nos devolvieron previo pago de 50 euros a punta de cuchillo. Eso sí, podían cortar hasta un pelo.
Pues eso, que si mi abuela hubiera preguntado antes de abrir le habrían dicho que eran los que venían a llevarse al chalado este para reprogramarme y tal. Estaba yo tan ricamente leyendo Sandman cuando vinieron unos hombre de gris que arramblaron con todo, se llevaron mis libros y mi disco duro. A mi me cogieron en volandas y me pusieron una camisa de fuerza. "Es por tu bien", me dijeron, y me inyectaron algo que me hizo soñar con nubes de colores...
Ahora se me pasa la tarde la mar de bien: Me asombro con las desviaciones sexuales de jóvenes sin-pepeles en 'El diario de Patricia', y sigo con interés el turbio romance entre Eva y Marcos Serrano. Invitamos a los de Jehova, jinchos varios y todo el que se quiera apuntar y nos sentamos en torno a la tele comiendo torrijas.

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