8.8.03

Yo y mi ordenador

No vamos al reconocimiento dental porque nos quedamos en casa, condenados al ostracismo veraniego. Cada uno a lo suyo: él ronronea y a veces se cuelga; yo tecleo y sudo, y cultivo una incipiente conjuntivitis frente al monitor. Alguien asoma por la puerta: "Deberías salir más". Entonces mi cabeza gira 180 grados y veo el terror alojado en sus ojos, un horror cósmico que se expande hasta los abismos de lo inombrable, Cthulhu y la madre que los parió (creo que la peña se ha perdido hace lo menos tres líneas)... ante la execrable visión de lo que fue su amigo/hijo/nieto/sobrino y que ahora es una informe máscara con barba de 15 días, ojos inyectados en sangre y más pálido que Copito de Nieve. He vuelto. De hecho nunca me fuí pero la ausencia de toda forma de vida inteligente, (o no inteligente) con la que salir de copas en esta, la etapa más dura del verano me ha relegado definitivamente a mi columna vespertina, a mi ineludible labor al frente de esta publicación alternativa y (bueno, que me da la risa). Era el empujón que me faltaba para volverme totalmente autista.

Yo y mi ordandor ayer estuvimos casi todo el día ahí dale que dale, codo con codo. Nuesta unión ha tenido sus frutos y el resultado habla por sí solo. Creo que lo colgaré en mi página de dibus (a ver si le pongo otro nombre) y, a lo mejor, le añado un bucle de sonido de Massive Attack o algo así.

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