24.8.04

Si te he visto no me acuerdo
El otro día me crucé con uno de mis mejores amigos del instituto, al que llevaba sin ver como cinco años (aunque vivimos relativamente cerca). Cado uno fue a una facultad distinta, dejamos de vernos todos los fines de semana, dejamos de llamarnos y las cosas se fueron enfriando inevitablemente. Sin embargo, no hasta el punto de que el tío se diera media vuelta y siguiera hablando con un colega suyo como si no me conociera. Me jodió bastante, la verdad. En general, todos los encuentros con antiguos compañeros y amigos suelen ser momentos peliagudos. Yo otra cosa no, pero vista tengo bastante, así que puedo indentificar a esos cabrones casi desde la otra punta de la manzana. Con sus novias, con sus estirones tardíos y kilos de más, con las greñas cortadas para las entrevistas de trabajo... Maldita la gana que tengo de hablar con la mayoría de ellos. Hace tres o cuatro años igual no me hubieran quedado más cojones (pues ahora estoy estudiendo tal-qué sabes de fulanito-sigues saliendo con fulanita-bueno, a ver si nos vemos), pero ahora ya es distinto. Ha pasado demasiado tiempo.
Si saludamos con la mano o arqueamos las cejas vamos a quedar invariablemente mal. Realmente, lo mejor es desterrarlos de nuestra memoria: nunca llevé ortodoncia, nunca llevaste el pelo afro, nunca pegué a Marta Sánchez en mi carpeta, nunca te pillaron copiando, nunca nos enamoramos... nunca nos conocimos.
Se imponen la elegancia, la naturalidad y la sangre fría a la hora de ignorar a los susodichos. Comportamientos como mirar la hora, o el jugarnos la vida cruzando a la otra acera en rojo nos delatan y denotan poca clase. Es importante aparentar que no somos tan pringaos como entonces.
Ellos nos lo agradecerán y todos saldremos ganando.

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